Translate

jueves, 29 de octubre de 2015

EL PROFETA ISAÍAS



Isaías fue un profeta que vivió en los siglos VII-VIII antes del nacimiento de Cristo. El libro que, en la biblia, lleva su nombre es bastante extenso y se recogen en él profecías de la época del profeta y de siglos posteriores.

En la primera parte, la más antigua, que llega hasta el capítulo 40, Isaías, entre otras cosas, narra la historia de su vocación, un relato de la visión en el que Dios le pedía que se acercara a su pueblo para recordarles su mensaje de amor y fidelidad.

Según este relato, Dios interrumpe la vida de Isaías en un momento determinado, Isaías puede contemplar toda la gloria del  Señor y no puede evitar asustarse, porque le parece que es impuro como para ver son sus propios ojos el rostro de Dios.

Sin embargo, la iniciativa ha procedido del Señor. Y escucha su voz:

"¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?"

Isaías no lo duda: "Aquí estoy, mándame".

El Señor le contesta: "Vete y dile a ese pueblo: Oís con vuestros propios oídos, sin entender; mirís con vuestros propios ojos, sin comprender".

Y es que el pueblo del Señor, Israel, estaba ciego y sordo, porque era incapaz de ver la mano de Dios en todas las cosas.
Isaías fue uno de los profetas que anunció con mayor insistencia la llegada del Mesías, el Ungido por Dios, el Cristo que Dios enviaría para salvar a su pueblo.

Y en esta primera parte del gran libro de Isaías, el profeta anunció al pueblo de Israel que el Señor les mandaría una señal: "He aquí que la Virgen dará a luz un hijo, y le llamará Enmanuel..." ¡El nombre que significa Dios con nosotros!
La profecía se cumplió en la Virgen María, que nos ha dado a Jesús, el Salvador, y su Nacimiento es lo que con tanta alegría celebramos en Navidad.

Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)

viernes, 23 de octubre de 2015

EL SUEÑO DE SALOMÓN



Cuando David, rey de Israel, se sentía morir, dio instrucciones a su hijo Salomón:
«Ya me queda poco para morir, hijo mío. Esfuérzate y sé un buen hombre. Sé fiel a Yavé, tu Dios, caminando siempre por sus sendas, guardando sus mandamientos, sus leyes y preceptos, tal y como están escritos en la Ley de Moisés, para que seas afortunado en tu vida, hagas lo que hagas y vayas donde vayas. Así se cumplirá lo que Dios me dijo un día: "Si tus hijos siguen su camino ante mí en verdad y con todo su corazón y toda su alma, no te faltará jamás un descendiente sobre el trono de Israel».
Al poco tiempo, David murió y fue enterrado con sus antepasados. Así, Salomón subió al trono.

Una noche se le apareció Yavé en sueños y le dijo: "Pídeme lo que quieras".
Él le contestó: "Has tenido gran piedad con tu siervo David, mi padre, que fue fiel a Ti y gobernó con justicia y rectitud. Le prometiste que sus hijos se sentarían en el trono de Israel, como ocurre ahora. Me has hecho reinar, Yavé en lugar de David, mi padre, aunque yo no soy más que un niño, que no sabe por donde ir. El pueblo de Israel es muy grande... Dame Yavé un corazón grande y prudente para gobernar Israel y poder discernir entre lo malo y lo bueno, porque ¿cómo si no se puede gobernar un pueblo tan grande?"

Al Señor le agradaron mucho estas palabras de Salomón y le dijo: "Por haberme pedido esto y no haber pedido para ti larga vida ni riquezas, ni nada semejante, sino por haberme pedido rectitud y justicia para gobernar mi pueblo, te concederé todo lo que me has pedido.
Te doy un corazón sabio e inteligente como nadie antes lo había tenido ni lo tendrá. Y, además, te daré riquezs y glorias; ningún rey habrá tenido ni tendrá tantas y, además, si cumples mis mandamientos tal y como lo hizo David, tu padre, prolongaré tu vida".
Cuando Salomón se despertó de este extraño sueño, se presentó ante el arca de la Alianza en Jerusalén y allí hizo ofrendas a Dios. Después dio un banquete a todos sus servidores.


LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO


Fue sobre el año 480 de la salida de los israelitas de Egipto y el año cuarto de su reinado en Israel, cuando el rey Salomón decidió empezar a construir el templo del Señor, que albergaría el Arca de la Alianza.
Se sabe que estaba situado al norte de la antigua Jerusalén, en una colina que ya había adquirido su padre, David, para la construcción de este templo.

El autor de este relato, que puedes encontrar en la Biblia (1 Reyes, 6 y siguientes), describe el interior de este enorme edificio con bastante detalle. Por eso, hoy sabemos que el interior del templo estaba revestido de madera y que medía unos 40 metros, Además, estaba distribuido en tres partes: el vestíbulo, la nave y el camarín sagrado o lugar sagrado.

Cuando terminó la construcción de este templo, Salomón organizó una fiesta espectacular. Convocó a los ancianos de Israel, a los jefes de la tribu y a los cabeza de familia de los israelitas, para trasladar el Arca de la Alianza del Señor hasta el Templo. Después, todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón. Se sacrificaron incalculables ovejas y bueyes para todos los que estaban allí.

El texto explica que, cuando los sacerdotes salieron del lugar sagrado, tuvieron que salir también del templo, pues se formó una nube inmensa, "de la Gloria de Dios que llenaba el templo", que hizo que no pudieran seguir oficiando el ritual. Esta nube era, en realidad, el incienso que se quemaba en la celebración, y que es un signo de la presencia misteriosa de Dios, velada y oculta a la vez en medio de la gente que le quiere.

Entonces, Salomón levantó las manos al cielo y, delante de su pueblo, bendijo al Señor, diciendo:
"Señor, Dios de Israel, no hay nadie más grande que Tú, ni en los cielos ni en la tierra. Tu guardas la alianza y la misericordia con tus siervos. Que estén abiertos tus ojos, noche y día, sobre este lugar en el que Tu has dicho En él estará mi nombre y oye toda la oración que tu siervo haga en este lugar. Oye y oyendo, perdona".

Salomón ofreció del templo al Señor y pronunció una larga oración en la que pidió por el pueblo de Israel, para que nunca abandonasen a su Dios y guardasen todos sus preceptos y mandatos.
Las fiestas de la dedicación del templo duraron 7 días. Cuando terminaron, todos regresaron contentos a sus hogares.



EL JUICIO DEL REY SALOMÓN

Dios le había prometido a Salomón una gran sabiduría y prudencia para poder ser justo cuando gobernase. Y uno de los ejemplos que más se recuerdan para comprobar que verdaderamente Salomón era un rey sabio, es éste que os vamos a relatar hoy:

Una vez llevaron ante el rey Salomón un caso extraño entre dos mujeres. Ambas vivían en la misma casa y habían tenido un hijo casi al mismo tiempo.

"Majestad -le dijo una- esta mujer y yo vivimos en la misma casa. Yo di a luz hace poco, y tres días después también tuvo ella a su hijo. Una noche, el hijo de esta mujer murió. Así que esta mujer cogió, mientras yo dormía, y cambió a mi hijo por el suyo, quedándome yo con un niño muerto.
Cuando me levanté por la mañana para amamantar a mi hijo, vi que estaba muerto, pero enseguida me di cuenta de que aquel no era mi hijo, no era el niño al que yo había dado a luz".
Entonces la otra mujer se puso a gritar: "¡Mentira! ¡Es mi hijo el que está vivo, el tuyo está muerto! Y así empezaron a discutir porque las dos decían que el hijo era suyo.

El rey Salomón, entonces, les mandó callar y dijo: "Traedme una espada". Y, con ella en la mano, ordenó: "Partid en dos al niño vivo: dadle una mitad a una madre y otra mitad a la otra. Así cada una tendrá una parte del niño".
Pero la verdadera madre del bebé, al oír esto, no pudo soportarlo: "¡No, por favor! -dijo-. No le matéis..., dadle el niño a ella, pero dejadlo con vida"...

Sin embargo, la otra mujer sostenía: "Ni para ti ni para mi, mejor será que lo dividan". Pero el rey Salomón ya había averiguado quién era la verdadera madre y dijo, señalando a la mujer que no quería que mataran al niño: "Dadle a esta mujer a su hijo porque ésta es la madre del niño".
El rey había comprendido que una madre nunca querría que su hijo muriese y que incluso aceptaría que otra fuera su madre.

Fuente: Alfa y Omega (Pequealfa)




lunes, 12 de octubre de 2015

EL LIBRO DE JOB

Seguro que muchas veces habréis oído la expresión: "Tiene más paciencia que el santo Job". 
Como todo, tiene una explicación. En este libro de la biblia, se narra la historia de un hombre, justo y bueno, que amaba a Dios y, por ello, cumplía fielmente con sus mandamientos.

Dios estaba por eso muy orgulloso de él, y así se lo hizo saber en un conversación, un día, a Satán. Sin embargo, éste, que siempre está al acecho para tentar, le dijo a Dios que probablemente Job le amaba porque no tenía ninguna desgracia: "Daña sus posesiones -afirmó-, y ya verás como te maldecirá en la cara". El Señor aceptó el desafío y multitud de desgracias comenzaron a sucederle al pobre Job, que aceptaba todo sin abrir la boca para maldecir a Dios.

Como veía que no lograba su propósito, Satán le dijo a Dios: "Hiérelo en la carne y en los huesos y verás cómo te maldice". Y Job sufrió llagas desde los pies hasta la cabeza. Los dolores eran tan grandes que incluso su mujer le incitaba a maldecir. A pesar de eso, no pecó con los labios.

Al conocer su sufrimiento, tres amigos de Job acudieron a consolarse con su presencia. Estuvieron siete días y siete noches a su lado, tan impresionados que no pudieron pronunciar palabra. A partir de aquel momento, los amigos de Job comenzaron a decirle que algún pecado muy grande debía haber cometido para sufrir tantos males. Pero Job tenía la conciencia tranquila. Él no había pecado. ¿Por qué, entonces, el Señor le enviaba estos sufrimientos?

A continuación, el libro de Job contiene unos díálogos impresionantes entre Job y sus amigos, Elifaz, Bildad y Sofar, que reflejan el misterio tremendo del sufrimiento inocente. Si Dios es justo y bueno, ¿por qué sufren los inocentes?
"Muera el día en que nací..., ¿por qué no perecí al salir de las entrañas...?": así comienza Job su discurso, expresando toda la angustia y el dolor de su corazón.
Sus amigos, empelados en que Job ha tenido que cometer grandes pecados, desvarían en sus razonamientos. Hasta que aparece el joven Eliú, que les hace ver a todos que tienen una actitud equivocada hacia Dios. 
Sus designios son un misterio, y el hombre no puede pretender alcanzarlos con la pequeñez de su mente. Es entonces, cuando se produce una unión especial entre Job y el Señor, porque por fin Le ha conocido: "Te conocía sólo de oídas -le dice-, ahora te han visto mis ojos". 
Dios es justo y el hombre debe abandonarse en sus manos.
Siempre habrá recompensa para los que le aman.

Como explica el final del libro, Job duplicó todas sus posesiones, el Señor le bendijo al final de su vida más aún que al principio, y murió anciano y satisfecho.

Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)